¿Qué es la economía solidaria y por qué se caracteriza?

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Definición de economía solidaria

“Se trata de una economía alternativa a la convencional, que pone a la persona en el centro, en lugar de al capital”. La primera parte de la definición de economía solidaria que ofrece Carlos Ballesteros, profesor de economía y director de la Cátedra de Impacto Social de Comillas ICADE, la entronca directamente con la economía social, surgida del cooperativismo del siglo XVIII y de los movimientos obreros del XIX. Pero a continuación añade que la economía solidaria, además, “incorpora en su ADN una inquietud y un objetivo de transformación social”.

La economía solidaria es productiva, es decir, los ingresos han de ser mayores a los costes, y vende productos y servicios para satisfacer las demandas. Pero en la punta de la pirámide de las prioridades están las personas: los trabajadores, para quienes reclama remuneraciones y condiciones laborales dignas, pero también los consumidores, que tienen derecho a no ser engañados y a satisfacer sus necesidades con productos que no hagan daño ni a otras personas ni al planeta. “Y si además de no hacer daño, mejoramos la vida de las personas y el planeta, pues nos sale redondo”, acota Ballesteros.

En 1995, la Red de la Economía Alternativa y Solidaria (REAS), nacida para impulsar la economía solidaria en España, publica la primera versión de su Carta de Principios de la Economía Solidaria, que cristaliza en seis apartados los mimbres de un movimiento en ebullición del que han salido fenómenos como la banca ética o el comercio justo:

Igualdad. “Satisfacer de manera equilibrada los intereses respectivos de todas las personas protagonistas”, ya sean trabajadores, empresarios, socios, accionistas, clientes, proveedores o comunidad.
Empleo. El objetivo es crear empleos estables y favorecer el acceso a personas desfavorecidas o poco cualificadas. “Asegurar a cada miembro del personal condiciones de trabajo y una remuneración digna, estimulando su desarrollo personal y su toma de responsabilidades”, explica la Carta de Principios.
Medioambiente. Favorecer acciones, productos y métodos de producción “no perjudiciales para el medioambiente a corto y a largo plazo”.
Cooperación. Promover la cooperación en lugar de la competencia dentro y fuera de la organización.
Sin carácter lucrativo. “Las iniciativas solidarias no tendrán por fin la obtención de beneficios, sino la promoción humana y social, lo cual no obsta para que sea imprescindible equilibrar la cuenta de ingresos y gastos, e incluso, si es posible, la obtención de beneficios”. Ahora bien, la Carta de Principios explica que los posibles beneficios no se repartirán para beneficio particular, sino que “se revertirán a la sociedad mediante el apoyo a proyectos sociales, a nuevas iniciativas solidarias o a programas de cooperación al desarrollo, entre otros”.
Compromiso con el entorno. “Las iniciativas solidarias estarán plenamente incardinadas en el entorno social en el que se desarrollan, lo cual exige la cooperación con otras organizaciones que afrontan diversos problemas del territorio y la implicación en redes, como único camino para que experiencias solidarias concretas puedan generar un modelo socioeconómico alternativo”.
El documento ha sido revisado en los años 2000, 2011 y 2022. La última actualización incorpora una mirada más feminista y ecologista, “dado que enfrentamos una coyuntura planetaria en la que la respuesta a las urgencias y los retos eco-sociales se han convertido en una prioridad para la propia sostenibilidad de la vida”, explica la REAS.

A Ballesteros le gusta decir que la economía solidaria es como un juego de sudoku en el que, en lugar de filas, columnas y sub-cuadrículas, hay que tener en cuenta a las personas, al planeta y a la economía. El modelo defiende la democracia, la horizontalidad, la transparencia. Y tiene una fuerte vocación formadora, ya que persigue el empoderamiento de las personas para que sean soberanos de sus decisiones.

La economía solidaria plantea soluciones ante “el fin de la era de la abundancia”, incorporando a su órbita nuevas maneras de producir con mayor eficiencia y aprovechamiento, como la economía compartida o colaborativa, o la economía circular. “Un sector que estaba muy hacia adentro, con proyectos pequeños, ha comenzado a crecer”, detecta Ballesteros.

Además, empresas convencionales están intentando hacer las cosas de otra manera, como evidencia la denominada economía del propósito y las empresas que certifican su desempeño social y ambiental, de transparencia y responsabilidad.

Legislar en favor de la economía solidaria

La Unión Europea está empujando el cambio con legislaciones como la taxonomía verde, a la que seguirá una taxonomía social. “No es una economía solidaria sino convencional tratando de demostrar que no hace daño a su entorno. Es un paso”, describe este experto. En España, la Ley Crea y Crece, recoge expresamente la creación de Sociedades de Beneficio e Interés Común (SBIC), que son compañías con mayores estándares de desempeño medioambiental, social y de gobierno corporativo.

“Los grandes inversores y gestores están comenzando a decir: yo no invierto el dinero de los ahorradores en tu empresa si no me demuestras que tienes un impacto positivo. Esto supone un cambio de modelo”, explica el profesor de economía y director de la Cátedra de Impacto Social de Comillas ICADE.

Para tender hacia una economía alternativa y más solidaria “necesitamos directivos convencidos que actúen como agentes de cambio en sus empresas; para eso hay que formarlos”, reflexiona Ballesteros, que cree que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Agenda 2030 han de tener cabida en los planes de estudios, y hace un llamamiento a las universidades para que se planteen “qué valores transmitimos cuando enseñamos economía en las aulas”.

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